martes, 8 de mayo de 2012

Villoro, Luis. Los retos de la sociedad por venir. México, FCE, 2007


I. UNA VÍA NEGATIVA HACIA LA JUSTICIA

El centro de la propuesta que plantea el autor es que debemos de entender la injusticia como exclusión. Y como lo señala en su prólogo, el mal radical es la injusticia, a la cual debe de enfrentársele por vía negativa. Lo aquí se expone es un nuevo planteamiento o una nueva teoría de la justicia, que se distingue de otras, es decir, por tratar de entender la justicia a partir de su ausencia, la injusticia.

La vía conceptual que se plantea por Luis Villoro responde al reconocimiento de una realidad concreta, sobre todo cuando se plantea que la experiencia de la injusticia es cotidiana, (recientemente lo pudimos constatar a nivel nacional en un documental que se denomino: Presunto Culpable) así, pensar la justicia a partir de la injusticia es, por lo tanto, evaluarla la justicia desde nuestra circunstancia, y el planteamiento que surge es preguntarnos si esa justicia es congruente con nuestra realidad.

Villoro, señala que en nuestra realidad social no son comunes comportamientos consensuados que tengan por norma principios de justicia incluyentes de todos los sujetos; lo que hace patente su ausencia. Señala que en la existencia de este tipo de sociedades debe invitar a contraponer a la vía del consenso racional su diseño en negativo: en lugar de buscar los principios de justicia en el acuerdo posible al que llegarían sujetos racionales libres e iguales, intentar determinarlos a partir de su inoperancia en la sociedad real. Bajo este análisis, la justicia debe dejar de pensarse como un derecho universal y aplicarse como un ejercicio de la no exclusión; reformular la democracia y dejar de lado la representatividad Para establecer una democracia consensual o comunitaria, y basar la coexistencia social en el diálogo intercultural, el reconocimiento del otro, del diferente.

El autor, nos muestra una forma contrastante de observar la justicia, y toma referente a John Rawls, quién pensaba a la justicia desde un velo de la ignorancia en la que un sujeto, sin ningún referente, se imaginaba cómo había de ser una sociedad justa, Luis Villoro la piensa desde la situación de un sujeto concreto que padece la injusticia, que experimenta la exclusión que siempre conlleva aquélla, y que luego es capaz de equipararse con el excluyente, hasta llegar al punto en que se reconozca al otro de manera cabal a partir de la aceptación compartida de valores objetivos.

El análisis que se plantea, enfatiza que este proceso tiene una dimensión histórica, y por lo tanto no se puede universalizar, de manera abstracta y mucho menos de manera definitiva, sino que siempre ha de entenderse en un contexto específico de exclusión. Señala el autor que desde que varios hombres se pusieron a vivir juntos, se dieron cuenta que no podrían hacerlo son establecer un enlace entre ellos. Y para Villoro, ese enlace era el poder, el poder es dominación sobre el mundo en torno, natural y social para alcanzar lo deseado, en consecuencia dice el autor, la sociedad no puede entenderse sin la presencia del poder. Frente al afán universal de poder, se dice en la lectura, que hay una alternativa: “la búsqueda del no-poder”.

Así, se señala que una manera de contemplar la historia es verla como una permanente contienda entre la voluntad de dominación y los intentos de escapar a ella. Así, escapar del poder equivale a liberarse de toda voluntad de poder, esto es, asumir una actitud que rechace y resista al poder. Entonces al poder habría que oponerle un contrapoder, que Villoro enuncia como toda fuerza de resistencia frente a la dominación. Las diversas manifestaciones de resistencia al poder podrían al tiempo conjugarse bajo un mismo concepto en la persecución de un fin común: la abolición de la dominación y puesto que el Estado ejerce la dominación mediante variadas formas: política, jurídica, ideológica, militar o policiaca, el fin último del contrapoder podría concebirse como la abolición del Estado. Liberarse del mundo donde priva la injusticia equivale a elegir así la posibilidad de actuar para escapar de esa realidad injusta: ese es el inicio de una “vía negativa frente al poder”. Tres momentos tendría, esta vía negativa contra el poder injustificado; momentos que no corresponden necesariamente a etapas sucesivas, sino a estados de complejidad que se yuxtaponen y coinciden en el proceso de alcanzar una concepción más racional de la justicia a partir de su ausencia:

En una situación de injusticia, la experiencia de la exclusión marcaría el primer momento en la vía contra el poder, su origen está en la toma de conciencia de una carencia causada por un daño producido por acciones u omisiones de los otros, de quienes no pertenecen al grupo carente. La percepción de la carencia como daño trae como consecuencias psicológicas en los individuos dañados: resentimiento, cólera, envidia, o bien depresión, auto desprecio, sensación de maltrato o generar un sentimiento de inferioridad.  

El segundo momento sería la equiparación con el excluyente que se caracteriza por el paso de sufrir la experiencia de la exclusión a disentir del rechazo de nuestro propio valor desde el poder. Se inicia así un movimiento de rebeldía ante la injusticia que se expresaría en la apreciación del excluido por sí mismo frente al otro que lo rechaza y, en paralelo, la actualización de la conciencia de igualdad entre ambos. La discrepancia puede dar lugar a la resistencia frente al poder en diferentes formas. Puede ser defensa y protección ante las acciones del poder. Puede ser también un desafío en el que el agredido pide cuentas al otro por su agresión. 

En resumen, para Villoro los pasos de esta vía hacia la justicia son: 1) Parte de la experiencia de la exclusión como conciencia de un daño sufrido. El daño puede aceptarse pasivamente, pero también puede rechazarse con fundamento en razones. Entonces da lugar a un disenso razonado. 2) El disenso razonado puede llevar a la controversia, pero también a una resistencia. La equiparación con el agresor es el segundo momento de esta vía negativa. Puede culminar en la ruptura o en el deterioro de la comunidad de comunicación. 3) Pero la exclusión ofrece también una posibilidad que conduzca de nuevo al reconocimiento del otro.

Finalmente, a la equiparación con el otro se da el tercer paso de este proceso: el reconocimiento del sujeto hacia una ética concreta. Desde el momento que quién es excluido demanda el reconocimiento de la igualdad con el otro, el sujeto reivindica un derecho que conlleva la eliminación de una situación de exclusión vivida. Así, el reclamo del excluido parte de una valoración originaria que puede abrir la posibilidad de reivindicar un valor común universalizable: el valor de la no-exclusión.

La parte final de este primer capítulo, plantea una revisión a los derechos humanos, el autor afirma que la universalización de ciertos derechos comete el error de suponer que las circunstancias de exclusión son las mismas en todos lados y en todo momento. Según Villoro, la doctrina de los derechos humanos en boga fue formulada en un lugar y una fecha precisos: es el resultado de la experiencia de exclusión de la burguesía europea en el siglo XVIII. En países como el nuestro, la circunstancia de exclusión es muy distinta; aquí, la tan deseada libertad individual no puede ejercerse sin otras condiciones como la alimentación, la vivienda, la salud, la instrucción y la pertenencia a una comunidad.

Para el autor, es necesario pensar la justicia no como derecho universal, sino como ejercicio de la no-exclusión; reformular la democracia representativa para dar lugar a una democracia participativa, comunitaria o consensual, y finalmente, criticar la pretensión universalista de la cultura occidental, así como las posiciones que plantean un relativismo cultural absoluto, postulando condiciones que permitan un diálogo intercultural. Al negar tomar al otro solamente como medio, establece un principio contrario a la universalización de la afirmación de valores.

En lugar de fundar los derechos humanos en principios universales incontrovertibles, se trataría de fundarlos, por así decirlo, “en negativo”. “Si, tras tanta insistencia en el consenso, fáctico o contrafáctico, acerca de los derechos humanos, no extraeríamos más provecho de un intento de ´fundamentación´ desde  el disenso, esto es, desde un intento de fundamentación ´negativa´ o disensual de los derechos humanos. Para Villoro, una sociedad indigna es aquella que admite condiciones para que prevalezcan las violaciones a los derechos humanos. En suma, el “imperativo del disenso” expresaría, en una formulación más fuerte, la misma idea del “coto vedado” que fundamenta la validez universal de los derechos humanos. Pero exhorta a la voluntad moral a realizarla, en la práctica, en acciones concretas. El “imperativo del disenso” no debería interpretarse como una norma abstracta sino como un principio universal de una ética concreta. Funcionaría como una idea regulativa de toda acción que, en la práctica, favorezca la realización de una sociedad digna.

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